DUELES
Dueles
Dueles en mi vientre, dueles en milimetros
Dueles en ojos, dueles en manos…
Dueles en mis miedos, en mis inseguridades
Dueles en mi incertidumbre, dueles en mis pechos
Dueles en mi esperanza, dueles en mis aspiraciones
Dueles en mis piernas, dueles de alegria y felicidad.
viernes, 21 de mayo de 2010
miércoles, 20 de agosto de 2008
viernes, 4 de julio de 2008
martes, 3 de junio de 2008
A 84 AÑOS...
Hoy, el 3 de junio de 1924, moría uno de los más grandes escritores del siglo XX: Franz Kafka.
Jean-Paul Sartre llegó a decir que "Kafka nos muestra la vida del ser humano perpetuamente trastornada por una trascendencia imposible, y esto sucede porque él cree que existe dicha trascendencia. Su universo es, a la par, fantástico y rigurosamente verdadero."
Kafka nos introduce en el mundo de lo onírico, pero éste se hace presente de una manera tan brutal, que nos encontramos sumergidos en él como si lo estuviéramos viviendo en carne propia. Uno se estremece leyendo LA METAMORFOSIS, por ejemplo y, a lo largo del relato, el lector se siente insecto. No sólo se siente insecto (he aquí la genialidad de Kafka), uno se mira las manos constantemente para comprobar que no le han crecido patas.
Kafka elimina las barreras que separan la realidad del sueño ya que para él, el sueño es una faceta de la realidad. Pasa de un estado al otro con la misma imperceptibilidad con la que se pasa del estado de vigilia al del adormecimiento. En sus narraciones Kafka nos traslada —abruptamente, sin intervalo— de una acción común (entrar en la oficina, colgar un abrigo o un sombrero) a la visión estremecedora de un monstruo. Entramos, así, con el personaje kafkiano, en el orbe del sueño, sin darnos cuenta, del mismo modo que nunca sabemos en qué momento nos quedamos dormidos. Como dijera el propio Franz: "El sueño revela la realidad. Este es el horror de la vida, lo terrorífico del arte."
Ante la Ley
Por Franz Kafka
Por Franz Kafka
Versión de Jorge Luis Borges, 27 de mayo de 1938 en "El Hogar"Borges en El Hogar 1935-1958: Jorge Luis Borges. Emece. Febrero del año 2000.
"Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. 'Es posible', dice el guardián, 'pero no ahora'. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: 'Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar'. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: 'Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.' En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. '¿Qué pretendes ahora?', dice el guardián; 'eres insaciable', 'Todos se esfuerzan por la Ley', dice el hombre. '¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?' El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: 'Nadie ha querido entrar por aquí, porque a tí solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla'."
miércoles, 21 de mayo de 2008
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