QUIERO AGRADECER A TODOS LOS PRIMIS POR TAN LINDO RECITADO, ESPECIALMENTE AL COLITO DE MI VIDA Y A AMANCIO Q FUERON LOS AUTORES DE LO QUE ABAJO TRANSCRIBO
Buenos Aires, 5 de septiembre de 1979
Lloraba sin parar y nadie sabía como calmarla, la familia había consultado a pediatras especialistas en esta problemática: lorrontólogos, lagrimólogos, neonatólogos reconocidos mundialmente y nadie daba una solución efectiva al problema del sollozo permanente y el gimoteo constante.
La alimentaban, mecían, le cantaban, la arrullaban, la abrigaban, la paseaban, la abrazaban, la acunaban pero todo era inútil. Su llanto parecía no tener fin.
Cuando todo parecía perdido un llamado abrió las puertas a la solución: “hay que llamar a Pendejus”. El doctor no se hizo esperar en acudir a la cita, en pocas horas se encontraba inspeccionando con particular atención a la paciente.
Su diagnóstico fue brutal, incisivo, tajante, impío y determinante. Cuando terminó de examinar a Marta, se quitó los lentes, cerró los ojos por un instante, se acomodó en un vetusto sillón y con vos firme y segura dio su veredicto:
“Esta chica lo que necesita es un poco de lápiz labial”
Pehuajó, 23 de septiembre de 1979
Un suceso extraño ocurrió en el sórdido hospital bonaerense, a pocos días de declararse la primavera, un nuevo ser humano había venido al mundo pero con una extraña particularidad, cuando salió de su vientre materno no lloró, tampoco lo hizo a las pocas horas, ni a los pocos días.
Durante la semana posterior a su nacimiento sólo había dormido, entre sueños se alimentaba vagamente pero siempre mantenía una adormecida actitud. Así transcurrieron algunos años hasta que pronunció su primer palabra, un extraño vocablo para un chico de su edad: almohada.
El azar hizo que un buen amigo de la familia llamado el “melena Ballvé” conociera a Pendejus en el encuentro internacional de “semillas, forrajes, oleaginosas y siestas intensivas”. El doctor Juan Carlitos Pendejus había realizado una esclarecedora ponencia referida a casos de éxito en las localidades de La Banda, Salavina y Monte Quemado, todas ellas ubicadas en el corazón de Santiago del Estero.
Al terminar su conferencia, Melena Ballvé no dudó ni por un instante el consultarlo a Pandejus sobre el problema del sueño permanente que afectaba al niño. Pendejus sonrió socarronamente, como quien se enfrenta a un problema de evidente solución, como quien siente el alivio de tropezar contra un sencillo procedimiento para aniquilar un mal espantoso. Al terminar de sonreír apoyó la palma de la mano sobre el hombro de Melena, lo miró fijo a los ojos, inclinó su cabeza y le preguntó con vos calma:
“¿Probaste con una chacarera?”
Corría el año 1986 y una tremenda crisis energética azotaba a la Argentina. Luego de sesudas y juiciosas discusiones y con el apoyo de intelectuales y científicos se llegó a una solución temporal para el mal que aquejaba a la población. “propongamos cortes programados de luz” sentenció la brillante conclusión del gobierno nacional.
Frente al cerrado aplauso de la opinión pública el presidente de la Nación se paseaba como un héroe entre los ciudadanos que lo recibían en cada acto como a un César saludando misteriosamente con sus manos juntas.
Un jóven aunque experimentado científico del MIT fue contratado por la Liga de Amas de Casa para realizar una exhaustiva investigación sobre las causas de esta insólita crisis energética.
Ni bien arribó a Buenos Aires y, por supuesto, luego de muñirse de una gran cantidad de velas Peter Voltio comenzó su trabajo, viajó por todo el país, consultó a todos los especialistas, realizó infinitas mediciones, recorrió cada una de las plantas productoras de energía y finalmente llegó a una conclusión.
Lloraba sin parar y nadie sabía como calmarla, la familia había consultado a pediatras especialistas en esta problemática: lorrontólogos, lagrimólogos, neonatólogos reconocidos mundialmente y nadie daba una solución efectiva al problema del sollozo permanente y el gimoteo constante.
La alimentaban, mecían, le cantaban, la arrullaban, la abrigaban, la paseaban, la abrazaban, la acunaban pero todo era inútil. Su llanto parecía no tener fin.
Cuando todo parecía perdido un llamado abrió las puertas a la solución: “hay que llamar a Pendejus”. El doctor no se hizo esperar en acudir a la cita, en pocas horas se encontraba inspeccionando con particular atención a la paciente.
Su diagnóstico fue brutal, incisivo, tajante, impío y determinante. Cuando terminó de examinar a Marta, se quitó los lentes, cerró los ojos por un instante, se acomodó en un vetusto sillón y con vos firme y segura dio su veredicto:
“Esta chica lo que necesita es un poco de lápiz labial”
Pehuajó, 23 de septiembre de 1979
Un suceso extraño ocurrió en el sórdido hospital bonaerense, a pocos días de declararse la primavera, un nuevo ser humano había venido al mundo pero con una extraña particularidad, cuando salió de su vientre materno no lloró, tampoco lo hizo a las pocas horas, ni a los pocos días.
Durante la semana posterior a su nacimiento sólo había dormido, entre sueños se alimentaba vagamente pero siempre mantenía una adormecida actitud. Así transcurrieron algunos años hasta que pronunció su primer palabra, un extraño vocablo para un chico de su edad: almohada.
El azar hizo que un buen amigo de la familia llamado el “melena Ballvé” conociera a Pendejus en el encuentro internacional de “semillas, forrajes, oleaginosas y siestas intensivas”. El doctor Juan Carlitos Pendejus había realizado una esclarecedora ponencia referida a casos de éxito en las localidades de La Banda, Salavina y Monte Quemado, todas ellas ubicadas en el corazón de Santiago del Estero.
Al terminar su conferencia, Melena Ballvé no dudó ni por un instante el consultarlo a Pandejus sobre el problema del sueño permanente que afectaba al niño. Pendejus sonrió socarronamente, como quien se enfrenta a un problema de evidente solución, como quien siente el alivio de tropezar contra un sencillo procedimiento para aniquilar un mal espantoso. Al terminar de sonreír apoyó la palma de la mano sobre el hombro de Melena, lo miró fijo a los ojos, inclinó su cabeza y le preguntó con vos calma:
“¿Probaste con una chacarera?”
Corría el año 1986 y una tremenda crisis energética azotaba a la Argentina. Luego de sesudas y juiciosas discusiones y con el apoyo de intelectuales y científicos se llegó a una solución temporal para el mal que aquejaba a la población. “propongamos cortes programados de luz” sentenció la brillante conclusión del gobierno nacional.
Frente al cerrado aplauso de la opinión pública el presidente de la Nación se paseaba como un héroe entre los ciudadanos que lo recibían en cada acto como a un César saludando misteriosamente con sus manos juntas.
Un jóven aunque experimentado científico del MIT fue contratado por la Liga de Amas de Casa para realizar una exhaustiva investigación sobre las causas de esta insólita crisis energética.
Ni bien arribó a Buenos Aires y, por supuesto, luego de muñirse de una gran cantidad de velas Peter Voltio comenzó su trabajo, viajó por todo el país, consultó a todos los especialistas, realizó infinitas mediciones, recorrió cada una de las plantas productoras de energía y finalmente llegó a una conclusión.
En la sede central de la Liga de Amas de Casa fue recibido efusivamente por la siempre audaz líder del movimiento Lita de Lázari que no dudó un instante en decirle la frase HAY QUE CAMINAR SEÑORA! Cuando Voltio se disponía a tomar el ascensor que lo conduciría al piso 18 donde se leerían las conclusiones del informe.
Ni bien llegó y terminó de recuperar el aire Voltio, ante la impávida mirada de todo del auditorio sacó una hoja del bolsillo que sólo contenía una oración y rezaba de la siguiente manera:
“El problema de la crisis energética en la Argentina se debe a una enorme fuga energética producida por dos causas fundamentales: la primera es un despertador eléctrico en Pehuajó y la segunda un secador de pelo en el barrio de Belgrano”
Algunos años más tarde, Ana María cumplía plácidamente con sus tareas en la Catedral de Buenos Aires, repasaba viejos ramos de flores, acondicionaba las pilchas eclesiásticas, acomodaba los bancos de la nave central, cuando de pronto una extraña voz le dijo al oído: “José quiere hablar con usted” Al darse vuelta vio, no sin sorpresa que el mensajero era un granadero. Fue al encuentro del cura José, quien oficiaba de párroco en la Catedral, cuando, de pronto, el granadero la tomó del brazo y le dijo: “no, el otro José quiere hablar con usted”
Ante la impávida mirada de Ana María, el mismísimo Don José de San Martín salió de su coqueto mausoleo, sacudió un poco de caspa que tenía sobre sus charreteras y le encargó una difícil tarea: “Ana, serás la celestina de la calle Uruguay y quiero que pongas ya mismo manos a la obra”.
Como primer paso, Ana María convirtió su casa de la calle Uruguay en una concurrida parrilla que recibía a sus invitados los días domingo por la noche. El resto de la semana los invitados seguían yendo a la casa para realizar otro tipo de actividades tales como: escolazo, dados, timba, truco o cualquier excusa que sirviera para dirigirse hacia la posada de Ana María.
Los chinchulines y los anchos de espada no eran suficientes para unir parejas, Ana María sabía que necesitaba alguna estrategia para lograr aquella celestial misión que le encomendara don Jose. Se recostaba sobre la cama y observaba su obra de los domingos a través de un vidrio mientras escuchaba óperas y elucubraba nuevas maniobras.
De pronto, una noche, como por arte de magia la imagen viva de Giuseppe Verdi apareció sobre la pantalla del televisor de su cuarto y la dijo: “Ana María, la clave está en la música” “No lograrás nada sin la música”. Tomó el control remoto e intentó cambiar de canal pensando que se había vuelto loca, pero en los 198 canales estaba Verdi y repetía una y otra vez: la música Ana María! La Música! Fue un momento de inmensa alegría, sabía, por fin, que acercando un puñado de letras y acordes a estos jóvenes podría estar mas cerca de llevar una pareja al altar.
Giuseppe tenía razón, gracias a la música cientos de personas probaron la miel de la pasión en esa casa, pero todas fracasaron, excepto una.
María Marta Adela vive en la calle Arenales, peso 43 kilos de los cuales 38 corresponden a sus anillos, sus dietas se limitan a quitarse alguno de ellos y aflojarle a la dosis diaria de rimel y rubor, busca un hombre apuesto, moderno, atrevido, trasgresor, un rebelde sin causa ni pausa.
Sean vive en la habitación número 3 del hotel Ana María, odia los molestos ruidos provocados por otros huéspedes del hotel que llegan beodos por la madrugada interrumpiendo su merecido letargo, es un fiel colaborador de la dueña de la posada, experto en lo que a tareas domésticas se refiere, obsesivo hasta el hartazgo en la higiene de su cuarto. La mujer de sus sueños es campera, criolla, hábil en el uso del lavarropa y en el manejo de la plancha. Virtuosa para la cocina y los quehaceres domésticos. Quiere una mujer que sueñe con tener una pequeña granja donde criar terneros guachos.
El destino parecía escrito, eran el uno para el otro. Mirarse y enamorarse fueron parte del mismo instante.
El romance comenzó a dar sus primeros pasos y Marta y Sean empezaron a transitar juntos el camino que finalmente los conduciría al altar.
En un domingo cualquiera en el caluroso living de la calle Uruguay Sean jugaba con los anillos de Marta y casi con la obligación de decir algo le preguntó: Marta, por qué usas tantos anillos? No te incomoda un poquito?, En ese momento Marta le clavó la mirada con tono severo y respondió con una frase que se convertiría en un ícono de la historia: “Para ser linda hay que sufrir”. –
Durante largas horas en noches enteras Sean le narraba a Marta sus aventuras en los suelos de la Pampa húmeda. Le contaba de grandes hazañas, de temerosas aventuras, de innumerables proezas… tanto soñó Marta con esa lejana comarca llamada Pehuajó que finalmente Sean decidió llevarla. El primer contacto con esa localidad fue impactante: la oscura y lúgubre estatua de la tortuga Manuelita confundió a Marta, el ingreso por la avenida principal disparó otra enorme frase que quedará viva para siempre, sin dudarlo ella preguntó: “ Che, qué onda todo el mundo en este pueblo?
Finalmente hoy cae la última pieza del dominó casamentero macdoniano, los incisivos comentarios de Marta adquiridos en su carrera de letras, terminaron por convencer a Sean de hacer la propuesta más importante que hará en su vida.
Finalmente, hoy, se casan Sean y Marta.
Ni bien llegó y terminó de recuperar el aire Voltio, ante la impávida mirada de todo del auditorio sacó una hoja del bolsillo que sólo contenía una oración y rezaba de la siguiente manera:
“El problema de la crisis energética en la Argentina se debe a una enorme fuga energética producida por dos causas fundamentales: la primera es un despertador eléctrico en Pehuajó y la segunda un secador de pelo en el barrio de Belgrano”
Algunos años más tarde, Ana María cumplía plácidamente con sus tareas en la Catedral de Buenos Aires, repasaba viejos ramos de flores, acondicionaba las pilchas eclesiásticas, acomodaba los bancos de la nave central, cuando de pronto una extraña voz le dijo al oído: “José quiere hablar con usted” Al darse vuelta vio, no sin sorpresa que el mensajero era un granadero. Fue al encuentro del cura José, quien oficiaba de párroco en la Catedral, cuando, de pronto, el granadero la tomó del brazo y le dijo: “no, el otro José quiere hablar con usted”
Ante la impávida mirada de Ana María, el mismísimo Don José de San Martín salió de su coqueto mausoleo, sacudió un poco de caspa que tenía sobre sus charreteras y le encargó una difícil tarea: “Ana, serás la celestina de la calle Uruguay y quiero que pongas ya mismo manos a la obra”.
Como primer paso, Ana María convirtió su casa de la calle Uruguay en una concurrida parrilla que recibía a sus invitados los días domingo por la noche. El resto de la semana los invitados seguían yendo a la casa para realizar otro tipo de actividades tales como: escolazo, dados, timba, truco o cualquier excusa que sirviera para dirigirse hacia la posada de Ana María.
Los chinchulines y los anchos de espada no eran suficientes para unir parejas, Ana María sabía que necesitaba alguna estrategia para lograr aquella celestial misión que le encomendara don Jose. Se recostaba sobre la cama y observaba su obra de los domingos a través de un vidrio mientras escuchaba óperas y elucubraba nuevas maniobras.
De pronto, una noche, como por arte de magia la imagen viva de Giuseppe Verdi apareció sobre la pantalla del televisor de su cuarto y la dijo: “Ana María, la clave está en la música” “No lograrás nada sin la música”. Tomó el control remoto e intentó cambiar de canal pensando que se había vuelto loca, pero en los 198 canales estaba Verdi y repetía una y otra vez: la música Ana María! La Música! Fue un momento de inmensa alegría, sabía, por fin, que acercando un puñado de letras y acordes a estos jóvenes podría estar mas cerca de llevar una pareja al altar.
Giuseppe tenía razón, gracias a la música cientos de personas probaron la miel de la pasión en esa casa, pero todas fracasaron, excepto una.
María Marta Adela vive en la calle Arenales, peso 43 kilos de los cuales 38 corresponden a sus anillos, sus dietas se limitan a quitarse alguno de ellos y aflojarle a la dosis diaria de rimel y rubor, busca un hombre apuesto, moderno, atrevido, trasgresor, un rebelde sin causa ni pausa.
Sean vive en la habitación número 3 del hotel Ana María, odia los molestos ruidos provocados por otros huéspedes del hotel que llegan beodos por la madrugada interrumpiendo su merecido letargo, es un fiel colaborador de la dueña de la posada, experto en lo que a tareas domésticas se refiere, obsesivo hasta el hartazgo en la higiene de su cuarto. La mujer de sus sueños es campera, criolla, hábil en el uso del lavarropa y en el manejo de la plancha. Virtuosa para la cocina y los quehaceres domésticos. Quiere una mujer que sueñe con tener una pequeña granja donde criar terneros guachos.
El destino parecía escrito, eran el uno para el otro. Mirarse y enamorarse fueron parte del mismo instante.
El romance comenzó a dar sus primeros pasos y Marta y Sean empezaron a transitar juntos el camino que finalmente los conduciría al altar.
En un domingo cualquiera en el caluroso living de la calle Uruguay Sean jugaba con los anillos de Marta y casi con la obligación de decir algo le preguntó: Marta, por qué usas tantos anillos? No te incomoda un poquito?, En ese momento Marta le clavó la mirada con tono severo y respondió con una frase que se convertiría en un ícono de la historia: “Para ser linda hay que sufrir”. –
Durante largas horas en noches enteras Sean le narraba a Marta sus aventuras en los suelos de la Pampa húmeda. Le contaba de grandes hazañas, de temerosas aventuras, de innumerables proezas… tanto soñó Marta con esa lejana comarca llamada Pehuajó que finalmente Sean decidió llevarla. El primer contacto con esa localidad fue impactante: la oscura y lúgubre estatua de la tortuga Manuelita confundió a Marta, el ingreso por la avenida principal disparó otra enorme frase que quedará viva para siempre, sin dudarlo ella preguntó: “ Che, qué onda todo el mundo en este pueblo?
Finalmente hoy cae la última pieza del dominó casamentero macdoniano, los incisivos comentarios de Marta adquiridos en su carrera de letras, terminaron por convencer a Sean de hacer la propuesta más importante que hará en su vida.
Finalmente, hoy, se casan Sean y Marta.
1 comentario:
y si... son el uno para el otro! de eso no tengo dudas. Que divertido fue ese casorio... ¡Casense de nuevoooo! jajjaa.
Un gran placer haber participado del homenaje a tan linda pareja. Los quiero a los dos!
Tu prima, flor
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